Siempre tuve
la ilusión de volver a Japón a ver a los maestros, a pesar de las dificultades
monetarias y la inflación en mi país. Cuando Kazuo Ohno partió el dolor fue muy
grande. Sabía que había tenido el privilegio de conocerlo, de disfrutar de sus
clases, de su presencia, de su amor y también sabía que era mayor y que en
algún momento iba a partir. Aún me
quedaba la ilusión de regresar a su estudio a disfrutar las clases del maestro
Yoshito Ohno. Pero su partida me quebró, no sólo por el hecho de no haber
podido volver a verlo , sino porque mi ilusión de regresar a Japón había
perdido toda finalidad.
Los maestros
ya no están, el estudio al que tantas veces llegué, donde disfruté de las
clases de ambos, donde aprendí la filosofía del Butoh, donde crecí
espiritualmente, en la danza, en el lenguaje corporal y como ser humano, ha
quedado vacío. Sólo están mis recuerdos. La estación del Sotetsu Line, Kamihoshikawa.
El camino de subida a la colina, los referentes para no perderse como las cañas
de bambúes. El té con el que éramos obsequiados al final de la clase. Las
charlas filosóficas con alumnas de otros países.
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